Y seguiremos.

Y seguiremos.
Y seguiremos gritando hasta perforar el viento.

04 abril, 2013

Orsái.


No sé si alguna vez supe lo que es quedar adentro, en la posición correcta, paradita ahí,  en donde el mundo puede estar derrumbándose y uno sale con el pellejo sano, como si los milagros fueran cosa cotidiana.
Generalmente, me ocurre lo contrario, a esta loca alma mía se le da por andar curando las heridas de los perdedores, por olvidar afrentas si ese alguien tiene una necesidad y por ser abogada de cuanta causa perdida llega al despacho de su corazón.
Por otra parte, nunca pude disimular un enojo, es más,  puedo cometer el pecado de la ira si, a mi parecer, la situación lo merece y, en estos casos,  no miro ni mido frente a quién, sólo me importa la justicia del acto. Con esto no reivindico la tempestad de mi temperamento, que es, creo, uno de los aspectos que no han sucumbido a la sabiduría de los años.
Soy una jugadora que siempre está en posición adelantada, o fuera del lugar esperado, en off-side, en orsái.
Es que en las zonas de la cancha en las que quedo colocada,  indebidamente para las reglas,  siempre son las zonas en las que mora, implícita o explícitamente,  alguna forma del dolor, y,  generalmente allí,  nadie lanza ninguna pelota para seguir el juego.
No sé si este sea mi demorado y pertinaz rasgo adolescente a corregir, tampoco sé si de ese rasgo quiera crecer alguna vez.
Yo sé que,  cuando quedo en orsái,  prefiero el silencio, yo me entiendo, sé que algo justo está ocurriendo, aunque, circunstancialmente, mis compañeros de equipo se enojen.
Total,  ya lo decía Manzi:  “...que el alma está en orsái, che bandoneón.”

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